sábado, 2 de febrero de 2019

«No podemos dejar el futuro político y la convivencia en manos de Otegi»


Entrevista a JOSEBA ARREGI
POR EDUARDO ÁLVAREZ- EL MUNDO
Teólogo y sociólogo, es un pensador brillante. Militó en el PNV –fue portavoz del Gobierno Vasco–, formación que abandonó con el cambio de milenio como un gran acto de libertad cuando empezó a sentir que la deriva del nacionalismo vasco hería su dignidad personal. Estamos ante uno de los intelectuales que mejor han analizado el terrorismo, con obras imprescindibles como ‘El terror de ETA’.
Asombra su prodigiosa memoria durante la conversación, fruto del estudio pausado, el tiempo de reflexión y la maduración que dedica a todo lo que le despierta interés. Siente por ello que va contracorriente en estos tiempos «de infantilismo» en los que el tuit de hace 15 segundos ya suena a viejo.
Pregunta.– No se han apagado aún los ecos de la foto que algunos denominan «de la infamia» de la líder de los socialistas vascos, Idoia Mendia, con Otegi y otros dirigentes vascos esta pasada Navidad… ¿Qué le pareció cuando la vio en la portada de un periódico?
Respuesta.–No me sorprendió demasiado. Al Partido Socialista de Euskadi (PSE), al PSOE en su conjunto, no se le puede negar que ha sido perseguido, que ha sufrido en sus carnes terribles atentados… Y, sin embargo, les ha podido una y otra vez la táctica. Zapatero, desdiciéndose de lo mejor que hizo, proponer el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, no dudó en meterse en tácticas para ver si conseguía algo a través de un diálogo con los etarras que no condujo a ninguna parte. Ahí empezó a imponerse la táctica sobre lo que realmente piensan.
Sentarse a comer con un político que ha sido terrorista, que no se ha desdicho nunca de ello, que no ha condenado la historia de terror de ETA… es, como mínimo, una falta de decoro, una de esas virtudes que hoy parecen no servir para nada y sin las cuales la sociedad pierde su decencia… Cuando la táctica se impone a todo pasan estas cosas… No podemos dejar el futuro político, la convivencia, en manos de un Arnaldo Otegi que lleva tanto tiempo riéndose de todos. Con esas compañías no podemos construir el futuro político de la sociedad vasca.


P.– Usted subraya que Bildu y Sortu son legales, pero no legítimos.
R.– Bildu y Sortu no quieren aprender lecciones básicas de democracia que todos hemos tenido que aprender. Sobre la cultura constitucional, el respeto al Estado de derecho… Ahora estamos considerando rápidamente ilegítimas a personas que, bueno, habrá que ver lo que dan de sí, pero al menos tendrán derecho a que se les dé un tiempo, ¿no? Ahora el miedo es Vox. El lehendakari Urkullu decía el otro día que le preocupa Andalucía. ¿Y no le preocupa la sociedad vasca con Bildu y Sortu en el Parlamento…? En el País Vasco no se habla de cordón sanitario con estos partidos.
P.– Desde que ETA anunció su disolución, la «normalización política» parece un mantra.
R.– Es curioso, en el resto de cosas se quiere abolir el concepto de normal. Pero aquí hay que normalizar el euskera, el catalán, el nacionalismo… ¿Normalizar en qué? ¿En qué consiste? Para mí en democracia todo pasa por aceptar la Constitución, los principios del Estado de derecho que nos hacen a todos los ciudadanos iguales para poder vivir con nuestras diferencias. Derecho a la diferencia, sí, pero porque somos todos iguales ante la ley. No hay que inventarse nada. ¿Hay que trabajar para la convivencia comiendo en un txoko con Otegi? No. La convivencia es respetar las reglas del juego, no es cuestión de ir por ahí dándose abrazos.
A los etarras no hay que pedirles que pidan perdón, sino que acaten las reglas de juego de la democracia. Lo demás, al confesionario o al psiquiatra. ¿Reinserción? Reinsertar es volver a insertar en aquello que has roto. ¿Y qué han roto? La convivencia en el espacio público. Y ésta la garantizan el Estado de derecho y la Constitución, el bien más frágil y, por ello, el que más cuidado necesita. Se habla constantemente de cambiarla… Ojo, que ha costado mucho llegar a este bien común para jugar con él a la ligera.
P.– ¿Actúa la sociedad vasca como si las víctimas le sobraran, le molestaran?
R.– Sí. Siguen molestando. Para mí las víctimas y las asociaciones de víctimas han sido el referente para no perder el norte, para no perder mi dignidad.
La mayoría de la sociedad vasca miró hacia otro lado mientras ETA mataba. Y ahora ha cerrado el libro de ETA. Y las víctimas, como es lógico, no quieren que se cierre el libro con tanta facilidad… ETA en sus consecuencias está viva. Las víctimas son el recordatorio molesto de que la pregunta ¿dónde estaba yo y qué hacía mientras ETA mataba? sigue molestando. Y mientras sea así, no habremos enterrado bien a los muertos. ¿Qué estamos haciendo ahora para darle a los asesinados la memoria que merecen?
P.– Conecta su pregunta con la batalla por el relato…
R.– Yo al principio estaba muy enfadado. Porque nos llevaban leguas de distancia produciendo materiales audiovisuales, escribiendo libros… para justificar la historia de ETA. Hoy ellos ya saben que a lo más que pueden aspirar es a un empate digno para ellos, no para nosotros. Soy contrario a la dicotomía ellos y nosotros, pero mientras no se desliguen de la historia del terror siguen siendo ellos para mí. Con muchas dificultades, cayéndonos una y otra vez, se está consiguiendo que se trabaje académicamente en la historia de ETA, que se creen archivos y que se mantenga viva toda la memoria. Es una batalla larga, pero tengo una pequeña satisfacción ahí.
P.– Según el último Euskobarómetro, del pasado diciembre, ha vuelto a caer el apoyo a la independencia, rechazada por el 61,3% de los vascos. ¿Coincide con su percepción?
R.– A veces pienso que la sociedad vasca es esquizofrénica. Creo que la estadística dice la verdad. Pero eso no se refleja en el voto, por eso digo que es esquizofrénica. Aunque, en realidad, la sociedad vasca es muy interesada y muy material. El voto está influenciado no por los programas de los partidos, ni por el sentimiento identitario ni por ETA…, sino por la creencia en quien nos asegura el diferencial de bienestar con respecto al resto de España. Como eso en el País Vasco muchos piensan que es debido al PNV, en la urna siempre va la papeleta del PNV, para que siga trayendo financiación que mantenga ese diferencial. De momento, la electoral es una batalla perdida para los partidos nacionales, que son los que han contribuido a que la gane el PNV. Para los ciudadanos vascos, así en general, todo lo que viene de Madrid al País Vasco –transferencias, inversiones…– lo trae el PNV. Miro al futuro con preocupación. Vivir sobrefinanciado, como pasa con todo lo que sea sobre, como sobrepeso, acaba haciendo daño. Porque merma la capacidad de vitalidad, de enfrentarnos a los problemas. En el País Vasco vivimos de la paga del abuelo. No hay creatividad ni innovación, dos de las cosas que más necesitamos, y ésas no son posibles sin crítica y autocrítica. Y en Euskadi hay menos cero de autocrítica.
P.– ¿Ha tenido el problema catalán algún efecto antídoto en el País Vasco?
R.– No lo sé. Las pesetas van en el voto, la inteligencia, a saber…
P.– Y, sin embargo, quizá por comparación con lo que ocurre en Cataluña, parece que de Urkullu ha calado una imagen de moderado…
R.– Como lehendakari, pero no como hombre de partido. Hace unos días dijo «ninguna ley se puede sobreponer al sentimiento». ¿Eso cómo casa con la democracia? La igualdad ante la ley, la educación cívica, tienen que anteponerse. Y Urkullu, como hombre de partido, ahí está, apoyando el pacto con Bildu para construir el futuro de la sociedad vasca…
P.– A propósito, ¿qué le parece el intento de aprobar un nuevo Estatuto vasco?
R.– Eso no va a ninguna parte. Volviendo a lo de antes, al lehendakari no le preocupa Andalucía. Le preocupa Vox porque refuerza en toda España las posiciones de Ciudadanos o del Partido Popular. E igual se empiezan a repensar las cosas en un sentido distinto a esa idea confederal que algunos proponen… Para que no crezca Bildu, el PNV de vez en cuando tiene que dar de comer a esos votantes más escorados. Es muy peligroso, pero se trata de juegos tácticos, nada más.
P.– ¿Qué opinión le merece la irrupción de Vox?
R.– Con lo que ha pasado en Cataluña, estaba cantado que antes o después tenía que surgir. Habrá que ver en qué deriva. Y eso necesita un poco de tiempo. Pero creo que lo mezclamos todo. Ahora resulta que Le Pen es lo mismo que Orbán, que Kaczynski, que Trump, que Erdogan… ¿Es que acaso en EEUU no existe un check and balance? Ahora a todo lo denominamos populismo… El problema del populismo es cuando llega a ser totalitario, que es cuando se convierte en peligrosísimo. Y todos los que están pidiendo plebiscitos todo el rato para todo van en esa dirección: el acceso de las masas al poder sin pasar por el filtro de la democracia representativa del liberalismo. ¿Los de Vox? Habrá que ver… Muchas cosas de las que dicen me rechinan, no necesariamente las que parecen rechinar a tantos. No sé por ejemplo por qué tiene que haber una doctrina única sobre feminismo, como si fuera un anatema religioso… A veces ciertos excesos de un lado provocan estas otras cosas, como reacción…
P.– Entiendo que le parece una anomalía democrática establecer cordones sanitarios a priori…
R.– El pacto del Tinell, un cordón sanitario, fue una barbaridad y sigue funcionando. La moción de censura es la repetición del pacto del Tinell… El problema en España es que, una vez concluida la Transición, la derecha ya duda de la lealtad constitucional de la izquierda, y la izquierda no acepta la legitimidad democrática de la derecha. Y así no se puede construir ninguna casa común. Ahora piden cordones sanitarios en torno a Vox por patriotismo. ¿Por patriotismo no hubiera tenido que renunciar Sánchez a una moción de censura con esos compañeros de viaje?
P.– ¿Tiene el problema catalán solución?
R.– Todo tiene remedio menos la muerte. Pero creo que no la que se le está buscando. Más financiación, más autogobierno, ¿por qué? Con los nacionalismos no vale ni ceder ni no ceder, son insatisfechos por naturaleza mientras tengan masa (votantes). Si les cedes, ganan, si no, se hacen las víctimas y también ganan. Hagamos pues lo racional, lo que le conviene al Estado de derecho, y olvidémonos de si vamos a ganar o no vamos a ganar. Hay que dar la batalla política en defensa del Estado de derecho a rajatabla…
P.– Creo que es especialmente crítico con el papel actual de los medios de comunicación…
R.– Sí, porque viven con la misma premura que los partidos. Ya no hay nada más viejo que el tuit de hace 15 segundos, y así no se puede vivir. Se habla mucho de la libertad de información, pero poco sobre el deber de información en una democracia. Los periodistas necesitan distancia. La memoria está desprestigiada… ¡Si se quiere montar un sistema escolar anulando la memoria, en nombre de la pedagogía moderna!
P.– Esa urgencia lo domina todo en la política…
R.– ¿Podemos seguir funcionando así? Yo a los políticos les diría: escojan entre todos a 15 personas de confianza para que haya un Gobierno gestor durante cuatro años. Y váyanse todos a casa a reciclarse, a hacer ejercicios ignacianos. Es un absurdo, pero es que no hay otra… ¿Cuándo piensan algo, cuándo leen nada…? La política no pueden ser ocurrencias de cada mañana… ¿Cómo no va a haber populismo? Es que estamos devaluando a marchas forzadas la democracia. Vivimos en una sociedad alocada, fuera de quicio.
P.– ¿Cómo ve el papel que está desempeñando la Monarquía y los ataques que recibe?
R.– La democracia es el espacio de las verdades penúltimas. No puede haber una verdad última, que queda para el espacio de la religión, de la metafísica. Pero los hombres tenemos ansias de plenitud, necesitamos ficcionarla de alguna forma. Por ejemplo, la soberanía de la que todo el mundo habla… Y el rey encarna esa ficción, a través de la renuncia a gobernar, a ser activo en política, y con ello puede representar a todos, algo que no pueden hacer las demás instituciones. Tiene así una función muy democrática, porque ejerce como recordatorio a todos los poderes de que deben atenerse a la penultimidad del espacio en el que actúan, de que son provisionales… No sorprende que los que más se meten con la Monarquía sean los populistas, los que tienen ramalazos autoritarios, porque le quieren quitar esa representación, pero, además, actuando.
P.– Por último, usted que ha reflexionado tanto sobre los nacionalismos, ¿cómo ve el futuro de esta Europa en la que vuelven a resurgir con fuerza?
R.– La Unión Europea, como el hermano mayor que todo lo sabe, sólo se dedica a dar órdenes y los demás se tienen que someter. Tony Judt decía que la Europa occidental nunca ha conocido de verdad la Europa oriental, y seguimos sin hacerlo. No es que la UE no deba defender valores y principios democráticos, pero hay que hacerlo sabiendo hacerlo, no como un maestrillo de escuela castigando permanentemente…
Yo he sido muy europeísta. Pero empiezo a estar un poco cansado. Con la suma de todas las administraciones (local, autonómica, estatal, europea…) se está creando un gran Leviatán. Todo son prohibiciones, mandamientos, anatemas… Empiezo a entender a los ciudadanos que dicen «me ahogo».
Joseba Arregi nació en 1946 en Andoáin (Guipúzcoa). Fue consejero y portavoz del Gobierno Vasco. Militó en el PNV, formación que abandonó en el año 2004.
Ha escrito libros como ‘La nación vasca posible’ o ‘El terror de ETA. La narrativa de las víctimas’.