“ETA ha dejado el solar vasco embarrado moralmente, resentido hasta el tuétano social, cuarteado de convivencia y no se regenerará hasta que la memoria colectiva se asiente en un relato honesto y justo”. Lo firma José Luis Barbería en “El País”, en torno al libro de J. A. Pérez y J. M. Ortiz de Orruño, “Construyendo memorias. Relatos históricos para Euskadi”.
Mientras tanto, no se avanza mucho en eso de la “reconciliación”, por muchos discursos, informes, seminarios, libros, congresos…, que se hagan, porque sin perdón y sin asunción de responsabilidades, no hay reconciliación.
Oíamos el otro día a Urkullu perdir perdón a las víctimas de la violencia -¿de qué violencia?-, por haber sido ignoradas y olvidadas, pero a las pocas horas, su partido se dejaba elegir por Bildu en los ayuntamientos de Vitoria, Oyón, y, a través de su fanquicia Geroa Bai, en varios de Navarra, o elegía a Bildu para encabezar el consistorio en Pamplona y otros muchos navarros.
¿En honor tal vez de las víctimas de la violencia terrorista de ETA? Está claro que Urkullu es mejor que Ibarretxe, pero también que el perdón tardío es como la justicia tardía; que, si el PNV tiene que elegir entre Bildu y las víctimas del terrorismo etarra y sus exigencias, elige a Bildu, porque, sobre todo en Álava y en Navarra, le interesa mucho más, como en 1998, en el llamado Pacto de Estella, le interesó más ETA que el PSE y el PP.
“Quién va a escribir nuestra historia? ¿Dejaremos que la escriban los que mataron a Jorge?”-se preguntaba la madre del escolta de Fernando Buesa. Ya lo están haciendo. “Ganada la batalla de la memoria, habremos ganado la batalla del relato”, escriben en la página informática de Euskal Memoria sucesores de ETA-Batasuna. Y el 2 de octubre de 2011, antes que la banda terrorista abandonara, y no por motivos morales, las armas, lanzaba el mensaje: “Aviso a los que quieren un relato de vencedores y vencidos: el que convenza, vencerá”. “Si ETA ha podido dejar de matar -añadió cínicamente Erkizia-, es gracias a que su lucha ha tenido éxito”.
Víctor manuel arbeloa
Y en eso están, como se ve cada día en los comentarios que los diarios confederalistas e independentistas vascos acogen encantados: sumando los muertos desde 1512: la España mala contra los vascos buenos; pintando la Segunda República como un paraíso; atribuyendo la ferocidad de la guerra civil a solo un bando; vituperando al conde de Rodezno, tras exaltar al general Zumalacárregui; apropiándose de todo el antifranquismo, y repartiendo las últimas víctimas de “toda violencia” entre dos partes iguales, incluyendo los muertos por su propia bomba o los de las familias de los presos durante los viajes.
Además, ETA no es para ellos sino el resultado inevitable del “conflicto vasco”, cuyos activistas no son delincuentes, ni asesinos de 855 vidas, ni bandidos, sino “patriotas”, los más bravos entre los mejores del ejército de liberación. (“Patriotas” los llaman también a cada paso, incluso sus acérrimos adversarios, que acaso no saben que “abertzale” quiere decir, en euskara, “patriota”: de “aberri”= patria y “zale”= amante, aficionado). Patriotas que han hecho posible con su sacrificio este y otros triunfos electorales, aunque no todavía la independencia. Si un día “condenaran” su propio terrorismo -¡qué broma para ingenuos!-, dejarían de existir como partidos y movimiento, y tendrían que ir todos a casa.
Pero todo esto le importa un bledo a buena parte de esta sociedad disminuida y aburguesada, de la que tantos han tenido que huir; que sigue atemorizada, sin libertad para decir en la calle, en el bar y en las mismas reuniones familiares lo que piensa, quiere y hace; que vota tontilocamente; tantas veces cobarde e insensible a todo lo que no sea su interés particular.