Mucho se ha comentado sobre el reciente comunicado de los presos de ETA. Dos de los elementos más significativos han sido, sin duda, el “reconocimiento del sufrimiento y el daño multilateral causado” y la “utilización en el futuro de vías y métodos políticos y democráticos”, que pese a su calculada ambigüedad merecen ser analizados.
Sobre el primero es evidente que es un paso necesario, pero no suficiente. Es necesario porque negar el sufrimiento causado es negar la realidad y desde una postura negacionista es imposible cualquier proceso de fin de la violencia terrorista. Insuficiente porque reconocer el sufrimiento causado lo hacen los tribunales cuando dictan sentencia, los medios de comunicación cuando transmiten la barbarie y cualquier persona que vea la realidad. De los que causaron ese sufrimiento se espera algo más. Entre otras cosas, que dejen la ambigüedad de lado. Porque para construir algo diferente a la violencia y el terror hace falta ser más claro.
De la utilización en el futuro de “vías y métodos políticos y democráticos”, puede suponer que aceptan que los métodos utilizados hasta ahora no eran ni políticos, ni democráticos. Pero puede ser mucho suponer en un colectivo que se empeña en afirmar que “lo que nos trajo a prisión fue la lucha por la libertad política y social de nuestro pueblo”.
Quizá una frase que ha pasado desapercibida, esconda el quid de la cuestión y es la 3ª conclusión, en la que la que los presos hacen “un llamamiento a la ciudadanía, instituciones, agentes sociales y partidos políticos para buscar un amplio consenso que posibilite nuestro regreso a casa, enmarcado en un proceso integral, que no ponga en cuestión nuestro carácter ni dignidad política”.
Ése es el punto clave: su dignidad política. Esa dignidad política que piden que “no se ponga en cuestión” ha sido cuestionada por ellos mismos. No sólo cuestionada, sino que ha sido perdida por ellos mismos. La perdieron y en su mano, y sólo en su mano, está recuperarla. La perdieron cuando se deshumanizaron y utilizaron el asesinato, la extorsión, el chantaje, el secuestro, la amenaza… para conseguir sus fines políticos. Ellos perdieron su dignidad cuando deshumanizaron a sus víctimas (“algo habrá hecho”, “se lo merecía”) y a los que no encajaban en su modelo político. Ellos perdieron su dignidad política cuando decidieron utilizar la violencia.
Diego Velicia
Y en su mano está recuperar esa dignidad política. Para ello deben reparar el daño realizado. Un daño con tres vertientes: personal, social y político. El daño personal son las víctimas, que eran personas, las familias de las víctimas, que son personas. El daño social lo padeció toda la sociedad, a la que le fue arrebatada la aportación de trabajadores, de padres y madres de familia, de ciudadanos y fue así empobrecida. El daño político consiste en el mensaje, arrojado contra toda la sociedad, de que existe un modelo político por encima de la vida de las personas, un modelo político que justifica el asesinato, un modelo político en el que las víctimas no caben. De los tres daños sólo el político es reparable.
El daño personal es irreparable. No se puede devolver la vida a los asesinados, ni borrar el sufrimiento de las familias. Y porque ese daño no tiene reparación es necesaria una petición de perdón personal a cada una de sus víctimas por el daño particular causado a cada una de ellas.
El daño social es igualmente irreparable. Es por ello que deben pedir perdón colectivamente a toda la sociedad, pues toda ella ha sido víctima de su violencia.
El daño político sí es reparable: deben aceptar que el terrorismo ha sido y es una vía inmoral e ilegítima de construir un proyecto político. Que ningún proyecto político está por encima de la vida de las personas.
Esos tres pasos les devolverían a la senda de la humanización. Es su decisión transitarla o no. Es su decisión recuperar su dignidad política. Mientras deciden, la sociedad debe hacer memoria de las víctimas. Pues sólo la memoria hace un poco de justicia. Frente al brutal mensaje de que la vida de la víctima está supeditada al proyecto político de los terroristas, la memoria de la víctima no sólo como persona, sino como ciudadano con derechos, devuelve a la víctima al lugar que la corresponde.